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Capítulo VIII
Una imitación de los cientos de nuevas novelas

La gente cree que escribo una novela, y aunque les dijera cuál es mi intención no lograría convencerles de lo contrario. Como consecuencia, he de regirme por el habitual gusto novelesco, al menos si es que quiero que mi obra llegue a gustar. Lo inesperado, por lo tanto, debe predominar, y mis digresiones suponen un pilar extraordinario para alcanzar este fin. Una digresión que parece no decir nada y que quizás pudiera resultar tediosa, en mis manos se convierte en un espacio en el que participan los lectores, y si pudiera condimentarlas con algo de la capacidad sorpresiva de Frau Gómez, conseguiría despertar sin duda la admiración por mi propia destreza15. Inmediatamente sentiría el deseo de compararme con Júpiter o con Venus, ya que el primero fue capaz de transformar el caos en un mundo, mientras que la segunda pudo convertir una gata en una mujercita16. La digresión del capítulo anterior puede servir como ejemplo de mi destreza en ello. También se recordará que unas mujercitas habían llegado a la posada en la que se hospedaba nuestro héroe, buscando resguardarse de la lluvia.

Las doncellas querían ya bajarse del carruaje, pero el marqués fue tan cortés como para levantarse y ayudarlas a hacerlo. Su asombro y alegría al ver que entre ellas se encontraba la belleza con la que se había encontrado en el mercado y que esa mañana le había dejado casi sin sentido, no pueden ser comparados con nada del mundo. ¡Y lo que es más! Esa belleza es, precisamente, la causa principal de mi digresión anterior. Mis lectores ahora seguramente perdonarán que divague habitualmente, pero no puedo prometerles hacerlo siempre de la misma manera. A menudo, y también de vez en cuando, mis digresiones no tendrán consecuencia alguna.

La señorita se encontraba acompañada por su madre, por su costurera, a la que veía como una especie de doncella de cámara, y por la sirvienta de su madre, que también había sido su nodriza. Toda su vestimenta le había permitido apreciar a Bellamonte que eran del lugar, y al tratar de superar su asombro, solamente pudo tartamudear un cumplido sobre la suerte, el honor y la agradable casualidad de haberse encontrado con ellas. La muchacha le respondió de un modo que le permitió entender que había encontrado lo que buscaba, y por sus gestos dejó ver que albergaba una buena opinión de él.

Por su parte, el audaz Du Bois ya había trabado conocimiento con la doncella de cámara al poco de entrar al salón. Esta le parecía mucho más cortés que la bocazas de Marie. Sin embargo, la pequeña y astuta muchacha comenzó a preguntarle por su señor tan pronto como pudo comprobar lo manso que era el sirviente.

p. 50—Querida, mi señor me ha prohibido –le contestó Du Bois– revelar su nombre a la gente, y él mismo se ha dado un nombre del que ni yo mismo me acuerdo. Por lo demás, su nombre verdadero es marqués de Bellamonte, yo me llamo Du Bois y soy su ayuda de cámara.

La muchacha se quedó completamente asombrada. Además, apenas podía contenerse de alegría por este encuentro. Ardía en deseos de comunicar la buena nueva a su señora, tantos como los que tenía el marqués de hablar con su criado.

Bellamonte se acordó por fin de sus caballos y se retiró. Al verlo, la doncella de cámara se separó de Du Bois y se apresuró hacia su señora. Las costureras y las sirvientas son sin duda las criaturas más chismosas de la creación, pero mi héroe, junto conmigo y otros muchos autores, no lo era ni lo somos menos.

—¡Ay, Du Bois! –dijo el marqués con gestos alegres y con una voz entrecortada, tanto que su criado creyó en un principio que la posadera había encontrado un medio para conseguirles algunas viandas. Sus esperanzas, sin embargo, se vieron defraudadas cuando Bellamonte continuó diciendo en el mismo tono:

—¡Soy tan feliz, tan feliz, mi querido Du Bois!… ¡He encontrado a mi belleza!

—¿La belleza de la que hablamos esta mañana temprano, excelencia? –le interrumpió el sirviente–. ¿La marquesa?

—Lo has adivinado –contestó su señor–. Es tal y como la hubiera podido desear.

Por otro lado, la doncella de cámara había salido corriendo, llevándose a su señora a un lado y diciéndole:

—Mi señora, ¿podéis adivinar quién es el señor que nos ha recibido en el patio? Apuesto a que no lo adivináis. No hemos podido tener más suerte hoy.

—¿Quién es, Lisette? –preguntó la belleza–. Sus gestos revelan que es una persona de alcurnia, y sus vestimentas van a la última moda.

—¡Es un marqués de Francia! –contestó Lisette.

—¡Un marqués de Francia! –gritó la señorita–. Querida… ¡Se han cumplido mis deseos!

—¡Ay, señora! –dijo la doncella–. Nada puede fallar. Se enamorará de vos, y correréis aventuras. ¡Qué cortés todo eso de las aventuras! No debéis revelarle, eso sí, el nombre con el que se os llama habitualmente. Sois demasiado inteligente para hacerlo, mi señora, además ya sabéis cuántas veces hemos hablado de que vuestra señora madre difícilmente puede ser vuestra señora madre, y de que seguro que tenéis que descender de una familia más distinguida.

—Tienes razón, Lisette. Llevaré el nombre de la condesa de Villafranca hasta que encuentre a mis verdaderos parientes, ya que no existe posibilidad alguna de que sea realmente aquella que dicen que soy.

—¡Qué bellas aventuras surgirán de todo esto! –añadió Lisette–. ¡El marqués de Bellamonte y la condesa de Villafranca! ¡Nombres sin duda adecuados para las aventuras!

p. 51Mientras tanto, nuestro héroe había dado a entender a su sirviente que deseaba darse a conocer a su amada, por lo que encomendó a Du Bois llevar a cabo esta misión. En ese espacio de tiempo, Bellamonte habló completamente encantado de su propia suerte, de la belleza de ella, del amor de él y del entendimiento de ella, tal y como puede consultarse en obras como la Casandra, la Cleopatra o el Hipólito, e hizo que dispusieran un refrigerio. Al párroco le pagaron el doble por el vino, y trajeron los mejores frutos que se podían conseguir17.

Una vez que retornó al salón, Bellamonte entretuvo a las damas muy cortésmente, y su amor creció más y más. Finalmente encontró un instante para decirle a su amada en voz baja:

—Mi señora, quizás desconozcáis que debo mi fortuna a la lluvia que cae en estos momentos.

—Señor marqués –contestó ella–, sois…

—Permitidme que por misericordia –le interrumpió Bellamonte a toda prisa, con miedo a que alguien la escuchase llamarle así– os ruegue que me llaméis caballero, conoceréis el por qué a su debido momento.

La vieja dama se puso a hablar y la conversación fue de lo más prosaica. Mientras tanto, los refrigerios llegaron finalmente y Du Bois aprovechó la oportunidad para comunicar a su señor lo que había averiguado de la condición de su amada gracias a Lisette.

Pasaron un par de horas, que al enamorado Bellamonte le parecieron minutos, hasta que la lluvia cesó finalmente. La doncella mostró su agradecimiento al anfitrión y como a la vieja dama se le había quedado grabada en la mente su pertenencia al estamento de la nobleza, y que por las maneras de aquel y todo cuanto había entendido vio que al menos era un buen noble, invitó –a instancias de su hija– a Bellamonte a que las acompañase y cenase con ellas, en el caso de que su camino pasara por su hacienda.

El lector puede imaginarse que el marqués aceptó la oferta muy gustosamente. Se pusieron en marcha en sus caballos y en la calesa. Bellamonte no hizo otra cosa que pensar en la condesa, y la condesa en el marqués, y en una hora llegaron al lugar en el que se encontraba la hacienda, en la que había una casa bastante bien construida y que era de hecho la mejor de toda la aldea.

15.En el título del capítulo Neugebauer emplea el término Neuigkeiten, refiriéndose a las colecciones de historias cortas y novelas en clave bastante comunes en la literatura francesa de los siglos XVII y XVIII, como por ejemplo las Cent nouvelles (1735-1758), de Angélique Poisson Gómez (1684-1770), autora de numerosas novelas y novelas cortas, entre ellas L’histoire secrète de la conquête de Granade (1723), sus Journées amusantes (1723), o las Anecdotes persanes (1727). El apellido español de esta autora se deriva de su matrimonio con el noble español Don Gabriel de Gómez.

16.Referencia a una de las fábulas (Venus y la gata) de Esopo, en la que Venus transforma a una mujer en gata.

17.Todas estas obras son novelas heroico-galantes de La Calprenède. Sobre este autor y su relevancia en el texto de Neugebauer, puede consultarse el estudio cervantino del texto y su apartado dedicado a los referentes paródico-satíricos.