Presentación
Pedro Centeno fue uno de los escritores satíricos más admirados y temidos de su época. Autor del magnífico El Apologista universal, periódico que dispensaba críticas literarias fulminantes envasadas en supuestos elogios, publicó su Don Quijote el Escolástico (1788-1789) precisamente en esos años que marcaron una de las desgraciadas inflexiones tan frecuentes en nuestra historia, la época en que se frustraron las aspiraciones de modernidad y progreso impulsadas por lo mejor de la intelectualidad española desde principios de siglo. Con admirable inconsciencia del daño personal que podía ocasionarle la publicación de su Don Quijote el Escolástico y otros textos, Centeno, el Juvenal literario español, como lo llamó un coetáneo suyo, empeñó su vida y su obra por una causa que era, a la vez, propia y colectiva. Su fin fue tan trágico como el de muchos otros ilustrados: preso y condenado por la Inquisición, ni siquiera sus compañeros de orden quisieron acogerlo en sus últimos días. La condena historiográfica de Marcelino Menéndez Pelayo (a Centeno le cabe el honor de haber sido incluido en la Historia de los heterodoxos españoles) y el olvido en que aún se mantiene buena parte de nuestro XVIII son los responsables de su nulo o escaso reconocimiento literario. La publicación de este cuarto volumen de la Biblioteca del Quijote Transnacional –con una introducción que ofrece por primera vez una visión de conjunto de la vida y la obra de Centeno, la edición rigurosamente anotada de un Don Quijote el Escolástico que no había vuelto a publicarse desde su edición original y el primer estudio monográfico del texto, todo ello obra de Manuel Ambrosio Sánchez– pretende recuperar para el autor agustino el lugar y el mérito que le corresponden.
Parte importante de ese mérito es la forma en que se apropia del legado cervantino en una literatura española que, paradójicamente y a diferencia de la francesa o inglesa, parecía haberse olvidado de él. Así lo reivindicó el propio Centeno al referirse a su don Quijote como el segundo de ese nombre, aunque estaba soslayando el hecho de que tal privilegio corresponde al personaje creado por José Francisco de Isla en su Fray Gerundio de Campazas (1758 y 1768). Es evidente que la reescritura de Isla marca la pauta de todas las aparecidas en las décadas subsiguientes en España, incluyendo la de Centeno, al encarnar al hidalgo en un avatar cuyo quijotismo representa los males que se pretenden satirizar, como pone de manifiesto el utilísimo recorrido por tales reescrituras que puede encontrarse en el estudio de este volumen. En descargo de Centeno hemos de decir que Isla no había usado el nombre de Quijote para su protagonista y que nuestro autor muestra mayor conocimiento y seguimiento de Cervantes al trasladar el modelo caballeresco al escolástico, el combate de armas al retórico y el tránsito peripatético por la nación a la ciudad de Madrid. Sin embargo, tampoco se debe olvidar que, antes de Centeno, Donato de Arenzana había dado a la imprenta su Don Quijote de la Manchuela (1767). Solo la mayor calidad del Escolástico podría explicar la vanidad de Centeno al colocarse inmediatamente tras Cervantes, y es también esa calidad la que justifica la elección de esta obra para abrir la serie española de nuestra biblioteca de Quijotes.
p. 2Hay una justificación adicional para tal elección, cual es el hecho de que Centeno inaugura la utilización ideológica del mito quijotesco que caracteriza a muchas de las imitaciones españolas de las décadas finales del XVIII e iniciales del XIX: de hecho, puede considerarse su ejemplo paradigmático por la pureza y radicalidad de que hace gala; es, además, una de las pocas que lo utiliza en defensa de los ideales ilustrados (junto con el propio Fray Gerundio o el Quijote de la Cantabria). En efecto, el Quijote de Centeno se inscribe dentro de la guerra de ideas que trajo consigo la Ilustración por la resistencia que desencadenó tanto en el ámbito político como en el filosófico o científico, una reacción que en nuestro país se deja sentir en muchas de las reescrituras quijotescas (Don Rodrigo de Peñadura, Don Papis de Bobadilla o El Quijote del siglo XVIII). El personaje del Escolástico se sirve de lo que una estudiosa de la recepción cervantina ha denominado Quijote ideológico, es decir, una figura cuyo quijotismo es resultado de la lectura de no ficción: si los lectores quijotescos de las obras publicadas hasta ahora en esta colección (el Billy de Winstanley, el Johann de Neugebauer y el Louis de Sorel) lo son de diferentes géneros de ficción, el Quijote de Centeno lo es por su adhesión sin fisuras a la filosofía escolástica. Centeno lo enfrenta a una serie de adversarios, avatares del propio autor, quienes, con argumentos y datos de la ciencia moderna, desmontan sus desfasadas posiciones para satirizar el tardoescolasticismo, encarnado en la época por la Summa philosophica (Roma 1777) de Salvatore Roselli, cuya publicación en España (1788) visibilizó el evidente riesgo de involución y dio lugar a la respuesta de Centeno.
Esta utilización ideológica del quijotismo en el debate de ideas no es exclusiva del mundo hispánico, sino que está en sintonía con lo que puede observarse en otras literaturas europeas, especialmente la inglesa, donde en la misma época proliferan obras similares con la palabra Quijote en el título. La crítica del Metodismo religioso que la ortodoxia anglicana sentía como una amenaza había sido blanco de sátira a través de un Quijote ideológico en The Spiritual Quixote (1773) de Richard Graves, y las nuevas ideas políticas ilustradas que habían desembocado en la Revolución Francesa fueron atacadas en Sir George Warrington, or The Political Quixote (1797) de las hermanas Purbeck o en The Infernal Quixote (1801) de Charles Lucas. Charlotte Smith, sin embargo, utilizó el quijotismo para defender tales ideas en The Young Philosopher (1798), mostrando así la versatilidad del mito quijotesco, apto tanto para atacar como para defender una determinada posición. Algo parecido ocurre con las innovaciones científicas también asociadas a las Luces en la anónima The Philosophical Quixote (1782), aunque la crítica del nuevo espíritu científico ya había aparecido bastante antes con un perfil netamente quijotesco en las Memoirs of Martinus Scriblerus (1741), escritas por John Arbuthnot, Alexander Pope y Jonathan Swift. La reversibilidad del quijotismo como herramienta de crítica ideológica se pone en evidencia una vez más si cruzamos el canal de la Mancha y reparamos en una obra como L’Histoire de monsieur Oufle (1710) de Laurent Bordelon, que comparte los presupuestos ilustrados de Centeno, desde los que se atacan saberes falsos y caducos, en este caso los de la astrología y las ciencias ocultas, encarnados de nuevo por un Quijote ideológico. Estos dos últimos textos aparecerán próximamente en esta colección.
p. 3Con Don Quijote el Escolástico la reescritura quijotesca salta de la novela a la sátira, pues difícilmente puede calificarse esta obra como una novela, a lo más como una sátira narrativa, y aun de escasa narratividad. Podemos aplicar a la obra de Centeno la descripción que Arenzana hizo de la suya como metáfora quijotesca en clave satírica: el mito de don Quijote queda reducido al quijotismo como metáfora del carácter absurdo y descabellado de las ideas que se pretenden desacreditar, prescindiéndose de la acción y caracterización que le daba sustento narrativo; o, en otras palabras, el mito queda reducido al tropo. Y ahí radica precisamente gran parte del interés de la obra en términos cervantinos, esto es, en esa transformación del mito en tropo como mecanismo satírico con el que articular el debate de ideas, ampliamente utilizado y extendido en la literatura no solo española sino también europea. Centeno demuestra que la versatilidad del mito reside en su capacidad no solo de utilizarse al servicio de uno y otro bando en tal debate, sino también de adoptar esta forma mínima o reducida para intervenir en ese conflicto tan español y tan universal, tan del siglo XVIII y tan perenne, entre lo nuevo y lo viejo.
Pedro Javier Pardo
Director de la bQt