Índice

Capítulo V
Algunos acontecimientos necesarios para la narración que no resultarán del todo divertidos

Resultará muy difícil adivinar quiénes fueron los otros dos, además del sirviente del señor, que acompañaron a este hasta el campo de batalla. No me gustaría hacer perder a mis lectores mucho tiempo con esta cuestión, por lo que sólo diré de manera concisa que fueron Herr Glück, el tío del marqués, junto con el padre de su sirviente, el cochero Thomas.

Estas buenas gentes se habían inquietado por el retraso en la vuelta de Herr Johann y su Görg, por lo que decidieron salir a buscarlos. Ya estaban acostumbrados a ver a este último aparecer por la mesa una hora antes de que se sirviera la comida, y como esto no había ocurrido, determinaron, con gran acierto, que debía de haber ocurrido algo que les hubiera impedido aparecer por allí.

En particular, Thomas había visto la mitad del pastel de mijo que había desayunado su hijo, por lo que se vio aún más reforzado en su opinión, pues dedujo: «Mi Görg es demasiado aficionado a este tipo de pasteles como para dejarlo para más tarde, o incluso para no comérselo, y aun si para ello tuviera que dejar solo a su señor.» ¡Un razonamiento impecable: del pastel de mijo a los azares que pueden acontecer a un hombre! En lo que se refiere a la experiencia pasada, la intuición de Thomas era buena, si bien en este caso no era del todo acertada, pues no había dejado solo a su señor, sino que se había ido con él.

Por su parte, Herr Glück también se puso a reflexionar y finalmente, tras esperar media hora en vano, llegó a la conclusión de que era necesario ir a buscar a su sobrino. Le pareció que emprender la búsqueda en su carruaje sería demasiado lento: la búsqueda debería realizarse a caballo, por lo que ordenó a Thomas que ensillase los caballos del carruaje. Su cochero, que era un hombre razonable, tenía dos objeciones bastante bien fundadas. En primer lugar, dijo que los caballos estaban demasiado cansados, ya que habían pasado toda la mañana en la ciudad transportando madera. Por otro lado, no parecía demasiado decoroso cabalgar a lomos de unos caballos de tiro. Habría sido mucho más sencillo utilizar este último razonamiento en primer lugar, ya que el cochero sabía muy bien con qué argumentario podía convencer a su señor, el cual le hizo caso. Así las cosas, había que recurrir a caballos prestados, por lo que Herr Glück casi llegó a indignarse con su sobrino por haberse llevado los caballos con los que mejor se le podría buscar.

p. 40Una vez que hubieron bebido y comido, se subieron a los caballos y cabalgaron hacia el bosque. Tras haber cabalgado un rato, pudieron ver a otro par de jinetes. En un primer momento los tomaron por los dos a los que buscaban, pero conforme se acercaron, encontraron en su lugar a un noble por ellos conocido y que no era sino aquel que debía impartir justicia en el caso del marqués y que ya había tomado una decisión al respecto. El noble le contó a Herr Glück el motivo de su salida: en el bosque se hallaban unos bandidos que habían asaltado a algunos de sus campesinos. Herr Glück comenzó a pensar, no sin motivo, que en este caso quizás lograse obtener alguna información sobre su sobrino, por lo que se decidió a acompañar al noble hasta el lugar de los hechos, donde Herr Glück y Thomas pudieron comprobar con asombro qué había ocurrido.

El marqués había adoptado una postura distinguida ante la llegada del noble. Estaba apoyado en el árbol en el que había resistido a cuatro de los más fuertes campesinos con una invencible valentía, y había metido la mano en el pecho, mientras que dejaba caer la otra descuidadamente. Parecía estar bastante pálido, y la grandeza de su corazón se reflejaba en cada uno de sus ilustres gestos. En definitiva, no podríamos imaginárnoslo mejor que si leemos aquel pasaje de la Cleopatra en el que Augusto sorprende al rey mauritano de Alejandría. Su sirviente permanecía sentado en ese mismo árbol, con el gesto más triste del mundo, pues dado que no tenía en sí tanto de heroico como su señor, sentía el hambre y los golpes de las horcas tanto como debían sentirse. Dos campesinos permanecían a ambos lados del árbol con las espadas de los dos nuevos héroes, y el resto se afanaba en tranquilizar a aquel que se había destrozado la cabeza en la batalla, al que habían tratado de vendar tan bien como pudieron con los pañuelos del marqués y de su sirviente.

Mientras tanto, Märten, que había tratado de sofocar su hemorragia con la manga de su camisa, permanecía tumbado en la hierba y gritaba.

Uno puede imaginarse que el asombro del viejo Herr Glück a su llegada no fue ni la mitad de grande que las emociones que se despertaron en el marqués. La confusión, la vergüenza, la ira, el miedo y el asombro se apoderaron de su alma. Lo que más le irritaba, en cualquier caso, era que olvidó el discurso que debía pronunciar ante el noble y que debía ser un ejemplo de elocuencia heroica.

Herr Glück saltó del caballo y se dirigió con los brazos extendidos a Bellamonte:

—¡Este es mi sobrino!

—¿Este vuestro sobrino? –gritó el noble–. Ante lo que Du Bois gritó con una voz lastimera:

—¡Ay, mi severo señor! ¡Ayudadnos en esta coyuntura!

Sin embargo, los campesinos se arremolinaron con grandes alaridos en torno al noble, y cada uno de ellos quiso contarle su relato de los hechos.

—¿Qué es todo esto? –preguntó Herr Glück mientras abrazaba a su sobrino, al que se le saltaban las lágrimas por el disgusto-. Du Bois respondió en su lugar:

—Esta gente cree que somos ladrones.

p. 41La respuesta de Du Bois dejó a Herr Glück igual que estaba, y finalmente se hizo el silencio en torno al noble. Märten dio un paso adelante y relató cómo él y su hermano se habían visto asaltados por un borracho a caballo, tal y como es uso en ese tipo de gente, cuando iban hacia la ciudad, y que mientras trataban de defenderse, llegó el hombre que estaba ante ellos, que fue quien le dejó en este estado tan lamentable. El pícaro fingía estar más débil de lo que realmente estaba, y añadió que el otro, dijo señalando a Du Bois, le había intentado robar, y que cuando percibió que todavía le quedaba algo de vida, intentaron asesinarlo, algo que habría ocurrido si no hubieran llegado sus conocidos.

Du Bois, que se había situado detrás de su señor y de su tío, gritó:

—¡Granuja! ¿Qué pasa entonces con la pistola, con la pólvora y el plomo?

—En lo que a eso se refiere –respondió Märten–, fue el hijo del párroco quien me dio esta pistola, ya que deseaba que la llevase a la ciudad para repararla. No tengo ni pólvora ni plomo, como tampoco lo hay en la pistola, pueden comprobarlo.

Al decir estas palabras, le entró un poco de miedo, por lo que se dirigió al noble con mucho tiento:

—Mi señor, debe de ser un malentendido. Os pido humildemente que me saquéis de él, os demostraré mi agradecimiento.

Este señor sabía muy bien que Märten tenía cierto contacto con una encomiable banda de ladrones que solía operar en este territorio, pero no hacía nada al respecto, ya que no quería dar la impresión de que se inmiscuía en los asuntos de los demás, o más bien, porque el herrero le honraba de vez en cuando en su cocina y le ofrecía más de una vez un buen trato en sus compras. Por ello, no quiso meterse en este asunto, a pesar de que el marqués se dirigió a él diciéndole:

—Muy señor mío: yo por mi parte os contaré que este hombre no fue asaltado por aquel a quien se presenta como un borracho, sino que mi sirviente y yo –le habría gustado decir ayuda de cámara, si no fuera porque su tío estaba presente– vimos claramente cómo él y otro ponían la pistola en el pecho a un desconocido, y le exigían su dinero. Traté de ayudar al desconocido y el resto ya es de sobra conocido.

El noble agitó la cabeza y le dijo al viejo Glück al oído:

—Mi señor, sé muy bien que no hay ningún ladrón entre mis súbditos, y podría ser que vuestro sobrino hubiera bebido algo. Sea como quiera que sea, todo esto ha de tener amplias consecuencias.

—Muy señor mío… ¿No podríais dejar pasar todo este incidente?

—¿Dejarlo pasar? –respondió el noble–. Si saliera a la luz que lo he hecho, acabaría costándome caro y teniendo que preocuparme por algo todavía peor. ¿Acaso no es así?

Bellamonte había escuchado el discurso de su tío y la respuesta del noble. O bien fue capaz de reconocer el talante de este último, o bien albergaba un cierto miedo ante los procesos judiciales, o quizás fuera fruto de su magnanimidad, sea como fuere, el joven sacó seis pistolas11, y se dirigió al noble:

—Mi señor, os pido que toméis estas pistolas para corregir y enmendar mi error, y sobre todo para olvidar este asunto lo antes posible.

p. 42El noble no había ambicionado más, por lo que se dio el asunto por zanjado, y las espadas fueron devueltas tanto al señor como a su sirviente. El viejo Glück dirigió una ácida mirada a su sobrino, que no llegó a percibirla, mientras que Thomas abrazó con alegría a su hijo. Todos acabaron separándose, unos en dirección a la hacienda del noble y los otros hacia la ciudad.

11.El término pistola se refiere en este caso a una moneda de oro española, el doble escudo, en uso desde 1537, conocido en francés como pistole.