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Presentación

El volumen que presentamos al lector, segundo de la Biblioteca del Quijote Transnacional, sigue en la línea del primero en cuanto que ofrece la primera traducción al español de un texto muy poco conocido, aunque al menos ha tenido una edición moderna, la de Kurth-Voigt de 1972, que lo sacó de más de dos siglos de olvido. Hasta entonces, El don Quijote alemán había sido publicado por primera y única vez en 1753 y de forma anónima, con tan solo las iniciales W.E.N al pie de la dedicatoria como rastro de su autor, quien, gracias a las pesquisas de su editora moderna, fue identificado como Wilhelm Ehrenfried Neugebauer. Los datos disponibles sobre su figura, sin embargo, eran y siguen siendo tan escasos que podríamos decir que la oscuridad del autor es casi mayor que la de la obra. Como ocurría con nuestro primer título, El paladín de Essex, de William Winstanley, esta oscuridad no se corresponde con el enorme interés que la novela encierra no solo por su relación con el Quijote, también por su sorprendente originalidad y modernidad.

El patrón cervantino que sigue Neugebauer es evidente a primera vista en la figura de su protagonista, que responde claramente a lo que a mediados del siglo XVIII es ya un tipo consolidado en la literatura europea, el imitador quijotesco, del que tenemos ejemplos acabados tanto en la novela que precede a esta en nuestra colección como en la que lo seguirá, El pastor extravagante, de Charles Sorel. Este es un lector que no se conforma con devorar libros de un determinado tipo de ficción, sino que intenta llevarlos a la práctica para convertir su vida en una novela como las que ha leído. En este caso se trata de Johann Glück, un joven burgués alemán que, enajenado por sus lecturas, decide dejar su vida de aprendiz de comerciante para adoptar una nueva identidad y convertirse en un héroe como los de sus libros, lo que lo impulsa a iniciar un viaje a París. ¿Por qué París? Pues porque sus lecturas son sobre todo francesas: los textos imitados ya no son los libros de caballerías del hidalgo, sino la narrativa heroico-galante que florece en Francia en la primera mitad del siglo XVII (donde se conoce como roman héroïque o roman de longue haleine por su extensión). Siendo sus modelos literarios diferentes de los de don Quijote, también lo serán sus aventuras, aunque conservando el sello cervantino que le dan el compañero sanchopancesco y el cronotopo del camino, con sus posadas y casas señoriales.

p. 2He aquí un primer punto de interés en la obra: observar cómo la novela de Cervantes se transforma en el mito de don Quijote al cristalizar en una fórmula narrativa que puede transplantarse a otras geografías o tiempos y encarnarse en otros personajes, dando cabida a otras realidades como objeto de representación y a otros tipos de literatura como blanco paródico. Pero en ello la novela no plantea novedad alguna, al menos desde la perspectiva transnacional que orienta nuestra Biblioteca, pues esta lección ya estaba en el Pastor de Sorel (1627-28) y en el Paladín de Winstanley (c. 1694). Tampoco lo es la juventud del protagonista, el rejuvenecimiento de la figura quijotesca, que comparte también con estas dos novelas anteriores. Sí lo es la forma en que sacará partido del mismo para transformar la fórmula quijotesca en la base de lo que se conocerá posteriormente como Bildungsroman o novela de formación. Para ello es fundamental, y ahí Neugebauer se desmarca de sus predecesores francés e inglés, desproveer al quijotismo de su perfil alienado y alucinado para convertirlo en una forma de interpretar la realidad sin transformarla, al menos en su aspecto exterior. El salto ya lo había dado Lennox al publicar un año antes su Quijote con faldas, que será el quinto título de esta serie, aunque esta novela no se había traducido al alemán cuando Neugebauer escribe la suya. De esta forma, un anciano que enloquece a causa de la lectura para recuperar súbitamente la cordura justo antes de morir se transforma en un joven inexperto al que la lectura hace concebir una idea errónea del mundo, pero capaz de corregirla como fruto de un proceso de aprendizaje que le permite reintegrarse en la sociedad al final. Podemos decir que este Quijote alemán es el eslabón perdido entre el de Cervantes y el Bildungsroman decimonónico, aunque será Wieland quien dará a esta conexión su forma más acabada unos años después en Don Sylvio von Rosalva (1764) y Scott quien la dará a conocer en toda Europa al seguir la estela de Wieland en su Waverley (1814).

No acaban aquí las sorpresas que nos ofrece la novela de Neugebauer en su manera de desarrollar o transformar el modelo cervantino. Otra novedad comentada en la introducción de este volumen es la duplicación de figuras quijotescas más allá del protagonista, duplicación que es, de hecho, doble, lo que permite hablar de multiplicación. La primera tiene que ver con la trama formativa: el encuentro del protagonista con una especie de doble quijotesco negativo le permitirá tomar conciencia de su error, llamando la atención sobre la convivencia en la misma novela de la nueva forma de quijotismo formativo que representa Glück con la tradicional que representa su doble, novoquijotismo frente a veteroquijotismo. La segunda duplicación se produce como parte de la trama amorosa que Neugebauer toma de los modelos que está parodiando y que da a su texto un paradójico carácter romántico: el lector quijotesco se enamora de la lectora quijotesca para conformar una pareja de Quijotes, masculino y femenino. Esta capacidad de la realidad de producir un número impredecible de Quijotes, tal vez sugerida por el otro don Quijote, el de Avellaneda, con el que se ha encontrado don Álvaro Tarfe en la segunda parte de la novela de Cervantes, es uno de los aspectos más originales de la obra.

p. 3 En la creación de una mujer Quijote como pareja del Quijote protagonista, al igual que en otros aspectos de los que Alfredo Moro se ocupa también en su magnífico estudio, Neugebauer está siguiendo a Marivaux y su Pharsamon (1737), que, no lo olvidemos, se titulará Le Don Quichotte moderne en ediciones posteriores. Nos recuerda así la necesidad de una lectura transnacional, es decir, no limitada a la comparación con la novela fundacional, de las reescrituras cervantinas. Y en este caso ello es aún más necesario porque el autor teutón no solo está sirviéndose de la tradición cervantina francesa, sino también de la inglesa, al seguir el ejemplo de Fielding, tal como argumenta Alfredo Moro, convirtiendo así este Quijote alemán en un cruce de caminos de ambas. Si a Marivaux lo utiliza para dar nueva forma al mito, Fielding le proporciona el método, esto es, la manera de concebir la novela como comic romance, es decir, como un desplazamiento del universo de la ficción idealista a la realidad ordinaria alemana de la época, del que surge la jugosa comicidad de la obra. A ello, y también en armonía con la interpretación que de la novela cervantina había hecho Fielding, hay que unir la dimensión autoconsciente, que hace explícito el carácter ficticio del texto y se complace en una serie de reflexiones y juegos metaliterarios que lo dotan de una inusitada modernidad. Todo ello convierte a este Don Quijote alemán en un argumento de peso para considerar a Neugebauer como candidato al puesto de primer novelista alemán, tradicionalmente ocupado por Wieland y su Don Sylvio. El ejemplo cervantino, desarrollado en Francia e Inglaterra, fructifica así en la primera novela alemana, que, no lo olvidemos, sea la de uno o la de otro, es una reescritura del Quijote.

Pedro Javier Pardo
Director de la bQt